19 de noviembre de 2008

Desnudando el alma

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Ha sido esta mañana cuando paré el tiempo un instante.
Todo quedó suspendido y en silencio.
Mi mirada voló lejos, al cielo azul donde te encuentro.
Dos alas batiendo en duelo aéreo,
luchando por levantar el alto vuelo
y cruzar bóvedas hasta quedar sin aliento.

Silbó el viento poderosas melodías que avivan el recuerdo.
Y cada vez más notas, menos silencio.
Agucé el oído, descifré el talento
y la absoluta frecuencia del sonido
quedó perpetua en hoja en blanco
manchada de lo etéreo.
Tu canción por siempre,
tu sueño eterno.

Arrastró la brisa piadosa y con fe
voces de nadie que encuentran en mí su dueño.
Sé que en ti nacen,
se arropan, reposan, duermen
y reman en dirección al puerto donde espero.
Anoto el mensaje envuelto en cuero
y sujeto a una cinta para no perderlo.
Tu regalo de nuevo,
nuevos versos.

Música en las palabras,
la perfecta conjugación de lo perfecto.
Palabras envueltas en melodías,
la atmósfera densa donde habito.
Un mundo nuevo donde te sueño,
te imagino, te recuerdo,
te beso, te abrigo, te sonrío,
te hablo, te cuento, te animo,
te miro
y te siento.

El temor no existe,
el miedo se pierde
y el olvido se da por perdido
al encontrar la derrota entre páramos prohibidos.
La oración sincera de saberte alegre,
como siempre,
en la lejanía exactitud de la distancia,
pero siendo tú.
Con tu preciosa alma,
con tu única mirada,
con tus labios tiernos,
con tu pelo en calma,
contigo.
Sonriendo y tan bella,
contigo.

¿El fuego te quema? A mí también.

Anhelo un abrazo intenso,
inmenso en la completitud de una estrella
que diera hasta en el infierno, si es contigo.
Despertaré mañana a un nuevo día
justo después de abrir los ojos
y contemplarte y recordarte y admirarte…
Latirá mi pecho,
te echará de menos,
y los dos primeros pasos
marcarán el pulso de la sinfonía diaria,
sinfonía que nunca se acaba.
Un nuevo pentagrama.
Lo primero, la clave de sol.
Frágil y fuerte, dulce y sonora hablada
perpetuamente tatuada.

Música y palabras.
Mi alma sonrojada mientras es desnudada.

18 de noviembre de 2008

Silencio

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Hay días grises. Los hay.
No intentes convencer a nadie de lo contrario.

Hay días que a la noche, se pierden.
Y te encuentras sólo y sentado
y agobiado y te ahogas.
Día gris.

Hay días que en una noche, se pierden.
Y no lo encuentras aunque lo rebusques
entre las sábanas tristes de tu cama,
entre la almohada empapada de su aroma.
Porque ya no está. Se ha ido.
Día gris.

Hay días que amanecen más temprano,
más tarde o más nunca.
Y guardan en su haber idiomas torcidos,
la incomprensión terrena y dura
donde el malestar se acumula.
Día gris.

Inspiras, suspiras.
Inspiras, suspiras.
Y esperas a expirar.

Sientes que respiras aire viciado,
denso, intenso, ensuciado
y disuelto en lágrimas extrañas,
que no sientes tuyas.
Que no son aquéllas que derramabas
al tiempo que sostenías una sonrisa
entre labios ahora lejos.

Mis días grises se convierten en letras.
¿No lo lees?
Mis días grises se convierten en notas.
¿No lo oyes?
Los colores tristes pintan letras tristes.
Los colores tristes pintan notas tristes.
¿Seguro?

Hay días que das y recibes.
Hay días que miras y sonríe.
Hay días que duermen para no despertar
y muertes ocultas en el despegar
de dos alas dulces y lejanas.

Podría dormirme ahora sin quererlo,
acostar mi cabeza y descansar
sin soñar, sin imaginar, sin pensar.
Que pase el tiempo, que pasen las horas,
el pulso lento de un reloj interno
y vital.

Preguntar el por qué de una lágrima
es preguntar el por qué de un sentir.
¿Por qué lloras?
Porque cuando la miras
la ves, la oyes, la hueles, la escuchas
y la sientes al tiempo.
Al mismo tiempo que compones sus notas,
que imaginas la escritura de cien versos
en la desnudez de su cuerpo,
pero con tinta de tus labios,
con el pincel de tus dedos,
con el placer de los besos.
No es llorar, es sentir.

Preguntar el por qué de una sonrisa
es preguntar el por qué de una vida.
Una vida utópica a tu lado,
paralelas de cerca que cercan abrazos,
que acercan distancias y recuperan lazos
desliados y liosos extraños.

Podría escribir mil canciones muy ciertas.
Entre corcheas que me dabas aquella tarde.
Entre negras que aguzaban el oído
y no alcanzaban a entender lo que susurrabas.
Entre blancas ciegas, que ven lo que pasa.
Entre redondas de valor, doradas pero muertas.

Pero pides silencio.
Ni un susurro, ni un intento.
Silencio.
Aquí en un verso duerme un ángel bello.
No hagáis ruido. Silencio.
Que no despierte,
que repose su alma y duerma su cuerpo.
Silencio.

Las mejores canciones nacen de un silencio abrumador.
Silencio.
Sólo oigo el caminar de sus sueños, pero están lejos.
Silencio...
 

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