26 de diciembre de 2008

Inconformista soledad de madrugada

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Serán las calles las que a partir de ahora

paseen rectas las ondas giratorias del mundo.


Y las nubes tiernas quienes vuelen el ancho cielo

arropadas tan sólo por el murmullo intenso

de quien acaricia los rayos del sol en un momento.


Ahora las olas navegarán solas el mar y su blanca espuma

y crearán corrientes de agua cristalina

que no arrastrarán a nada ni nadie ni a ninguna.


Sólo las lágrimas llorarán de pena y tristeza al tiempo,

de alegría en un momento feliz como aquél nuestro.


Sólo una sonrisa reirá de lo entredicho

y de las carcajadas agudas sin ningún motivo

aparente realidad del lugar que habito.


Mi día empieza y termina contigo.

Después de tanto tiempo y aún, contigo.

Son sensaciones pares las que encuentro a tu lado,

frente a la mirada que me enamoró antaño

y los besados labios acurrucados

tras la prohibición abrupta de la negación.


Aún hoy de madrugada y lejos

conectas conmigo y me regalas versos

uno

detrás

de

otro.

Me desvelo en un instante

para perseguir entre las sábanas cuatro palabras

y abandono mi cama para retorcer en un folio

las imágenes más bellas que pueda imaginar

(recordar, en algún caso a tu lado).


Y abrazo la guitarra y pienso en tu pelo.

Y te huelo, de verdad te huelo.

Aquí estás.

Sigues siendo tú

quien remueve mi pecho.


Me vuelvo a perder y

¿a quién encuentro?

Mire al cielo, al suelo,

a un lado y otro de este sueño…

Aquí estás.

Sigues siendo tú

quien habita aquí dentro.


2 de diciembre de 2008

Un paseo antes de dormir

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Camino lento e invadido por el fuego
en una noche que se anuncia eterna,
quizá algo menos corta que la pasada.
Acuno mi alma dispuesta a soñar
con algo bello,
el reflejo opuesto de la realidad que espero.

Mis pasos se acumulan uno a uno
a un pulso uniforme y pesado,
dejando tras de sí las huellas del pecado.
“Lo hiciste, amigo. Lo has vuelto a hacer”.

El paisaje a mi izquierda es gris, es ciego.
Sin color, sin luz, sin sombras.
Sin nada.
No se oyen ecos, ni voces, ni alientos.
Infrecuente momento.
El olor queda lejos.
El dolor permanece quieto, hueco.
Corren rápidos arroyos de agua insonoros,
que no se detienen ni ante las rocas titanes.
Ladran violentos perros enfermos,
pero sin sonido escupido de su enfermo cuerpo.
Se baten en duelo miradas lascivas,
pero sin pasión, sin corazón, sin deseo.
Se asoman los celos a un viejo balcón
que todo el mundo creía pétreo.
Estatuas mudas, pobres harapientos.
Ni aguza el oído ni silba el viento.
Sólo mis ojos ciegos dictan un letrero:
“La galería de los tristes momentos”.

Cien lamentos se acumulan uno a uno
a un pulso uniforme y pesado
dejando tras de sí las huellas del pecado.
“Lo hiciste, amigo. Lo has vuelto a hacer”.

Agacho la cabeza, inspiro, suspiro, respiro
y reanudo el paseo quizá dormido.

Me saludan pequeñas y graciosas flores
con una sonrisa pintada al óleo y con acuarelas.
Cromáticas, luminosas, decoradas con sombras chinescas.
Brota un manantial de la nada,
agua pura, incandescente, transparente cual luna.
Calma la sed del cuerpo y del alma.
Reconforta, aviva, revive.
Notas dulces, brillantes y sonoras
se acercan sin miedo a ser escuchadas.
Son bellas y claras,
provienen de criaturas aladas.
Escucho instrumentos desconocidos,
pero sublimes y perfectos.
Se abrazan dos almas desnudas y eternas
en un sinfín de emociones verdaderas,
el placer inmenso de un corazón latiendo.
Recibo la caricia del mayor sentimiento,
confianza inmensa en un corazón inquieto,
profundo respeto a un alfil que venero.
Ninfas preciosas, lujosos secretos.
Un ángel, dos alas.
Dos ojos atentos,
nacimiento de melodías bravas
desde el primer movimiento.
Animado concierto.
Una frase culmina lo bello:
“El jardín de los sueños eternos”

Mil sonrisas nacen del recuerdo
se agolpan y ríen como su dueño.
“Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo”.

Levanto la cabeza, miro al cielo.
Alzo el vuelo entre remolinos de viento
agotados al instante por mis alas de acero,
donde me lleven los besos del aire intenso
sin frenar, sin parar,
sin distraer la atención de lo bueno.

Mi rastro, recuerdos.
Buenos momentos, preciosos.
Inolvidable paseo por el jardín de los sueños eternos
que durmió un ángel arropado sin miedos.

"Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo".
¿Los tristes momentos?
Ya no me acuerdo…

19 de noviembre de 2008

Desnudando el alma

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Ha sido esta mañana cuando paré el tiempo un instante.
Todo quedó suspendido y en silencio.
Mi mirada voló lejos, al cielo azul donde te encuentro.
Dos alas batiendo en duelo aéreo,
luchando por levantar el alto vuelo
y cruzar bóvedas hasta quedar sin aliento.

Silbó el viento poderosas melodías que avivan el recuerdo.
Y cada vez más notas, menos silencio.
Agucé el oído, descifré el talento
y la absoluta frecuencia del sonido
quedó perpetua en hoja en blanco
manchada de lo etéreo.
Tu canción por siempre,
tu sueño eterno.

Arrastró la brisa piadosa y con fe
voces de nadie que encuentran en mí su dueño.
Sé que en ti nacen,
se arropan, reposan, duermen
y reman en dirección al puerto donde espero.
Anoto el mensaje envuelto en cuero
y sujeto a una cinta para no perderlo.
Tu regalo de nuevo,
nuevos versos.

Música en las palabras,
la perfecta conjugación de lo perfecto.
Palabras envueltas en melodías,
la atmósfera densa donde habito.
Un mundo nuevo donde te sueño,
te imagino, te recuerdo,
te beso, te abrigo, te sonrío,
te hablo, te cuento, te animo,
te miro
y te siento.

El temor no existe,
el miedo se pierde
y el olvido se da por perdido
al encontrar la derrota entre páramos prohibidos.
La oración sincera de saberte alegre,
como siempre,
en la lejanía exactitud de la distancia,
pero siendo tú.
Con tu preciosa alma,
con tu única mirada,
con tus labios tiernos,
con tu pelo en calma,
contigo.
Sonriendo y tan bella,
contigo.

¿El fuego te quema? A mí también.

Anhelo un abrazo intenso,
inmenso en la completitud de una estrella
que diera hasta en el infierno, si es contigo.
Despertaré mañana a un nuevo día
justo después de abrir los ojos
y contemplarte y recordarte y admirarte…
Latirá mi pecho,
te echará de menos,
y los dos primeros pasos
marcarán el pulso de la sinfonía diaria,
sinfonía que nunca se acaba.
Un nuevo pentagrama.
Lo primero, la clave de sol.
Frágil y fuerte, dulce y sonora hablada
perpetuamente tatuada.

Música y palabras.
Mi alma sonrojada mientras es desnudada.

18 de noviembre de 2008

Silencio

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Hay días grises. Los hay.
No intentes convencer a nadie de lo contrario.

Hay días que a la noche, se pierden.
Y te encuentras sólo y sentado
y agobiado y te ahogas.
Día gris.

Hay días que en una noche, se pierden.
Y no lo encuentras aunque lo rebusques
entre las sábanas tristes de tu cama,
entre la almohada empapada de su aroma.
Porque ya no está. Se ha ido.
Día gris.

Hay días que amanecen más temprano,
más tarde o más nunca.
Y guardan en su haber idiomas torcidos,
la incomprensión terrena y dura
donde el malestar se acumula.
Día gris.

Inspiras, suspiras.
Inspiras, suspiras.
Y esperas a expirar.

Sientes que respiras aire viciado,
denso, intenso, ensuciado
y disuelto en lágrimas extrañas,
que no sientes tuyas.
Que no son aquéllas que derramabas
al tiempo que sostenías una sonrisa
entre labios ahora lejos.

Mis días grises se convierten en letras.
¿No lo lees?
Mis días grises se convierten en notas.
¿No lo oyes?
Los colores tristes pintan letras tristes.
Los colores tristes pintan notas tristes.
¿Seguro?

Hay días que das y recibes.
Hay días que miras y sonríe.
Hay días que duermen para no despertar
y muertes ocultas en el despegar
de dos alas dulces y lejanas.

Podría dormirme ahora sin quererlo,
acostar mi cabeza y descansar
sin soñar, sin imaginar, sin pensar.
Que pase el tiempo, que pasen las horas,
el pulso lento de un reloj interno
y vital.

Preguntar el por qué de una lágrima
es preguntar el por qué de un sentir.
¿Por qué lloras?
Porque cuando la miras
la ves, la oyes, la hueles, la escuchas
y la sientes al tiempo.
Al mismo tiempo que compones sus notas,
que imaginas la escritura de cien versos
en la desnudez de su cuerpo,
pero con tinta de tus labios,
con el pincel de tus dedos,
con el placer de los besos.
No es llorar, es sentir.

Preguntar el por qué de una sonrisa
es preguntar el por qué de una vida.
Una vida utópica a tu lado,
paralelas de cerca que cercan abrazos,
que acercan distancias y recuperan lazos
desliados y liosos extraños.

Podría escribir mil canciones muy ciertas.
Entre corcheas que me dabas aquella tarde.
Entre negras que aguzaban el oído
y no alcanzaban a entender lo que susurrabas.
Entre blancas ciegas, que ven lo que pasa.
Entre redondas de valor, doradas pero muertas.

Pero pides silencio.
Ni un susurro, ni un intento.
Silencio.
Aquí en un verso duerme un ángel bello.
No hagáis ruido. Silencio.
Que no despierte,
que repose su alma y duerma su cuerpo.
Silencio.

Las mejores canciones nacen de un silencio abrumador.
Silencio.
Sólo oigo el caminar de sus sueños, pero están lejos.
Silencio...
 

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