11 de abril de 2009

Tranquilidad nocturna

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Te quiero.

Es lo primero,

es lo que importa.

Más que ayer.


Pum, pum. Pum, pum.

Siento el pulso agudo del llanto.

Las agujas magulladas del reloj

de la sala de espera.

Las horas tristes pensando

en viajes largos, quizá sin vuelta.

Los gritos duros al aire,

la garganta maltrecha.

La cuerda tensa y preparada.

Salto al vacío

a la inmensidad entera.

Ojos cerrados, todo blanco.

Una muerte pequeña…


“Última llamada a los pasajeros

con destino a Atlantis…”


Imposible. Ni lo sueñes. No llegas.

La negación es gris y pura.

Su inversión, absurda.

Desaparecida.


Y aún así, me agarro a lo perdido.

Corro detrás de lo que queda

e intento alcanzarlo con mis torpes manos,

como si intentara coger pompas aéreas

que bailan entre corrientes alegres de viento.

Una carrera sin aliento y sin maleta

por los pasillos de la terminal

de un aeropuerto sin término.


Mi oído recoge latidos.

Distintos, pero brillantes.

Mis ojos ven una mirada plena.

Profunda y bella.

Mi piel roza caricias espléndidas.

Seda.


Convertir lo imposible en un quizá,

en un improbable pero cierto,

en un mañana se verá.


En una paseo sin rumbo, sólo andar,

en un sonríe porque eres preciosa,

en un “estoy contigo, levántate”,

en un “tengo frío, abrígame”,

en un beso entre las manos,

en una historia que contar,

en una alfombra mágica,

en una luna bella,

en una catedral,

en escaleras,

en ...


La noche es perfecta, la luna indiscreta.

Pero hoy no.

Espera.


 

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