2 de diciembre de 2008

Un paseo antes de dormir





Camino lento e invadido por el fuego
en una noche que se anuncia eterna,
quizá algo menos corta que la pasada.
Acuno mi alma dispuesta a soñar
con algo bello,
el reflejo opuesto de la realidad que espero.

Mis pasos se acumulan uno a uno
a un pulso uniforme y pesado,
dejando tras de sí las huellas del pecado.
“Lo hiciste, amigo. Lo has vuelto a hacer”.

El paisaje a mi izquierda es gris, es ciego.
Sin color, sin luz, sin sombras.
Sin nada.
No se oyen ecos, ni voces, ni alientos.
Infrecuente momento.
El olor queda lejos.
El dolor permanece quieto, hueco.
Corren rápidos arroyos de agua insonoros,
que no se detienen ni ante las rocas titanes.
Ladran violentos perros enfermos,
pero sin sonido escupido de su enfermo cuerpo.
Se baten en duelo miradas lascivas,
pero sin pasión, sin corazón, sin deseo.
Se asoman los celos a un viejo balcón
que todo el mundo creía pétreo.
Estatuas mudas, pobres harapientos.
Ni aguza el oído ni silba el viento.
Sólo mis ojos ciegos dictan un letrero:
“La galería de los tristes momentos”.

Cien lamentos se acumulan uno a uno
a un pulso uniforme y pesado
dejando tras de sí las huellas del pecado.
“Lo hiciste, amigo. Lo has vuelto a hacer”.

Agacho la cabeza, inspiro, suspiro, respiro
y reanudo el paseo quizá dormido.

Me saludan pequeñas y graciosas flores
con una sonrisa pintada al óleo y con acuarelas.
Cromáticas, luminosas, decoradas con sombras chinescas.
Brota un manantial de la nada,
agua pura, incandescente, transparente cual luna.
Calma la sed del cuerpo y del alma.
Reconforta, aviva, revive.
Notas dulces, brillantes y sonoras
se acercan sin miedo a ser escuchadas.
Son bellas y claras,
provienen de criaturas aladas.
Escucho instrumentos desconocidos,
pero sublimes y perfectos.
Se abrazan dos almas desnudas y eternas
en un sinfín de emociones verdaderas,
el placer inmenso de un corazón latiendo.
Recibo la caricia del mayor sentimiento,
confianza inmensa en un corazón inquieto,
profundo respeto a un alfil que venero.
Ninfas preciosas, lujosos secretos.
Un ángel, dos alas.
Dos ojos atentos,
nacimiento de melodías bravas
desde el primer movimiento.
Animado concierto.
Una frase culmina lo bello:
“El jardín de los sueños eternos”

Mil sonrisas nacen del recuerdo
se agolpan y ríen como su dueño.
“Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo”.

Levanto la cabeza, miro al cielo.
Alzo el vuelo entre remolinos de viento
agotados al instante por mis alas de acero,
donde me lleven los besos del aire intenso
sin frenar, sin parar,
sin distraer la atención de lo bueno.

Mi rastro, recuerdos.
Buenos momentos, preciosos.
Inolvidable paseo por el jardín de los sueños eternos
que durmió un ángel arropado sin miedos.

"Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo".
¿Los tristes momentos?
Ya no me acuerdo…

1 nota/s afinadas:

"Aquel chico..." on 2 de diciembre de 2008, 15:17 dijo...

"Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo": Son tantas las veces que he deseado oir esto. Largos ramadanes de autoestima, que no hacen sino recordarme tiempos revueltos.

Te necesitaba, como el amor a la confianza, como la amistad al perdón. Te imploraba como la tierra africana implora la lluvia. Te amaba, como hoy te amo y sin embargo, te importo como te importaba, nada.

Como si de la batuta de un director de orquesta me tratara; primero me di unos cuantos golpes para a continuación ejecutar la más perfecta de las obras jamás creada. La obra de mi vida, al son de mis seres más queridos, pasando por lo dulce de los violínes y lo violento de los timbales. Pasando por la melancolía del piano y lo alegre de las trompetas.

Para saber que todo esto ha merecido la pena, me basta con levantarme cada día y oir: "Lo hiciste, amigo. Lograste hacerlo" y verte a ti, tristeza, buscando la respuesta de mi abandono.

No me preocupa tu indiferencia, el tiempo sabrá sacarme los arpegios que me creías incapaz de realizar, y ese día me iré en paz, sabiendo que tus pasos siguieron mi compás.

 

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